Lo cierto es que cuando oía hablar de la clase inversa, no tenía mucha idea de qué se trataba en realidad. Daba por hecho que sería la metodología de moda, que seguro que era algo que ya hacíamos en clase a lo que simplemente le habían cambiado el nombre.
Ahora que estoy un poco más familiarizada con el tema, mi idea ha cambiado. Sigo viendo propuestas pedagógicas anteriores (trabajo por proyectos, actividad inicial motivadora, aprendizaje colaborativo,...), pero también un marco aglutinador nuevo y con sentido. Dinámico, actual, flexible, altamente motivador para profesores y alumnos.
Sin embargo, pese a mi creciente interés, veo difícil insertarlo en mis clases. Por muchos motivos: la elevada ratio de los grupos, la feroz resistencia que tienen nuestros alumnos a realizar tarea por la tarde, la apatía general hacia el estudio (su valoración negativa también tiene sólidos argumentos: una carrera ya no es sinónimo de un buen futuro laboral), el asunto de la disciplina, las numerosas horas extra que supone para el profesor (con un ya ajustadísimo horario de trabajo),...
Aunque he sentido alivio al comprobar, tras leer el contenido del primer módulo del curso que estoy realizando, que se aborda con mucha naturalidad la cuestión de los (posibles) problemas iniciales. Ofreciendo inclusive soluciones variadas. Con lo que parece habitual que la primera reacción sea de rechazo.
Bueno, creo entonces que habrá que ir asimilando poco a poco contenidos, dinámicas y recursos para intentar vencer las resistencias iniciales. Con la esperanza de poder disfrutar, mis alumnos y yo, de unas enriquecedoras clases inversas.
¡A ello vamos!
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